En una entrada anterior nos hacíamos eco de la historia de la Graciosa durante el Antiguo Régimen, desde la llegada de los normandos hasta finales del siglo XVIII en que fue visitada por el naturalista Alexander von Humboldt en su camino hacia el Nuevo Mundo. Durante este tiempo, la isla permaneció despoblada, lo que propició que fuese parada de descanso de piratas en diversas ocasiones que asolaban el archipiélago.
Pero no sólo eso. La isla era utilizada por los lanzaroteños como pastizal en la que dejaban sus ganados y como fuente de obtención de diversos productos alimenticios como pescado, marisco, aves y conejos, ya que el primer marqués la había cedido en el siglo XVI al cabildo insular como bien comunal. En 1808, la isla fue adquirida a la Real Hacienda por Francisco de la Cruz Guerra que pretendió hacerse con ella, lo que causó bastante malestar entre los conejeros. Sin embargo, el proceso se paralizó por la intervención de los administradores del señorío y se iniciaron trámites judiciales que finalizarían en 1816 con el reconocimiento de los habitantes de Lanzarote al disfrute de la Graciosa como venían haciendo desde hacía siglos.
A principios de la década de 1870, el teniente de navío de la Armada Ramón de Silva Ferro presentó un proyecto para ejercer la pesca en la costa occidental de Marruecos e instalar una industria de salazón y seca de pescado en La Graciosa. Tras diez años de búsqueda de financiación y prórrogas varias, en 1880 se crea la S.A. Pesquerías Canario-Africana cuyo objetivo era el desarrollo de la industria de pesca y salazón así como la fabricación de productos derivados de la industria pesquera. En 1881 se construyeron varios edificios y se trajo personal marinero desde Lanzarote, pero la empresa quebró dos años después y se repartieron las instalaciones entre los pescadores de la isla.
Se tiene por asumido que este fue el inicio del poblamiento continuado de la Graciosa. Sin embargo, el investigador Agustín Pallarés señala que, tras obtener datos orales de la primera persona nacida en la Graciosa (ocurrido el 1 de Enero de 1889), parece que los primeros pobladores fueron cuatro matrimonios procedentes de Haría pero establecidos en Arrieta como pescadores. Y que debieron hacerlo en la segunda mitad de la década de 1880 tras el cierre de la sociedad de pesquería.
Sea como fuere, lo cierto es que desde ese momento comienza a poblarse la isla con un núcleo principal centrado en Caleta del Sebo y que se complementaba con otro denominado Pedro Barba. Hasta 1957 no se creó un pequeño embarcadero en Órzola, luego transformado en muelle, que permitiese la mejora de las comunicaciones a través del Risco. Precisamente, en la década de los cuarenta se crea el cementerio y la ermita de la isla, lo que permitió a los gracioseros no tener que llevar sus muertos hasta Haría, como hacían hasta entonces.
En los últimos años, tanto el turismo como las actividades náuticas y de pesca deportiva han permitido un aumento de la población así como una mejora en las comunicaciones, principalmente a través del puerto de Órzola, y por tanto de la calidad de vida de sus habitantes. Sin embargo, también se ha traducido en una presión sobre el paisaje, pese a que la isla se halla bajo especial protección al formar parte del Parque Natural del Archipiélago Chinijo. No está de más realizar una visita a esta isla y disfrutar de ella al tiempo que ayudar a su conservación para las generaciones venideras.
Para saber más:
PALLARÉS PADILLA, Agustín: “Resumen histórico de la Graciosa”. Lancelot (1994).
Fotografías: Ramón Pérez Niz.