Si el lector acude algún día al Mirador del Río, en la zona norte de Lanzarote, podrá deleitarse con la vista del archipiélago chinijo en medio de un océano azul. Pero este no es el único espectáculo del que puede disfrutar. Si baja la vista hacia sus pies, hacia las faldas del Risco de Famara, podrá disfrutar de los destellos y tonalidades que la sal acumulada refleja desde las Salinas del Río.
Lanzarote ha sido siempre una isla productora de sal y en ella se encuentra la salina más antigua del archipiélago canario: las Salinas del Río o de Gusa, como también se las denomina. El nombre le viene dado por la ubicación al borde del estrecho brazo de mar que separa La Graciosa de Lanzarote. Estas salinas aprovechan un extenso saladar que era anegado habitualmente durante las mareas más fuertes, de ahí que ya se recogiese la sal desde el siglo XV en este lugar. Sin embargo, a comienzos del siglo XVI serán acondicionadas por el entonces señor de la isla Sancho de Herrera siguiendo las artes constructivas con las salinas antiguas de barro pues su sucesor, Agustín de Herrera, heredará nueve partes de estas salinas.
En el siglo XVII la producción es alta, situándose en torno a las 4.800 fanegadas, y se han producido transformaciones del antiguo cocedero natural. Hasta la creación de nuevas salinas en Gran Canaria a mediados del siglo XVIII, las Salinas del Río serán las únicas con una cierta entidad en Canarias lo que propicia que la mayor parte de su producción se exporte a las islas más importantes, fundamentalmente Tenerife.
El inglés George Glas describía en 1764 las Salinas de la siguiente manera:
“Esta parte de Lanzarote, frente al abrigo de El Río, es un risco extremadamente escarpado, desde cuyo pie al abrigo o costa hay una distancia aproximada de un tiro de mosquete. El terreno en este lugar es bajo, y se encuentra una salina (o salinas), que consisten en un espacio cuadrado de tierra nivelada, y dividido por zanjas de unas dos pulgadas de profundidad; queda en estas el agua del mar, la cual, gracias al calor del sol y a la naturaleza del suelo, pronto se convierte en sal».
Las salinas se hallaban adaptadas al terreno lo que le permitía recibir el agua de las mareas a través de tres tomaderos encajados en el frente de la playa de callaos, permitiendo así mantener los fondos de barro y conservar su cualidad como zona húmeda de interés para la fauna avícola. Los cocederos mantienen un trazado orgánico, formando laguna de colores en función de la sal cristalizada.
A finales del siglo XIX, las Salinas del Río alcanzan su dimensión actual probablemente a raíz de la instalación de la factoría de transformación de productos pesqueros en La Graciosa y el auge de las pesquerías en el banco canario-sahariano. Sin embargo, esta misma situación también será la causa de su decadencia. El aumento de la demanda lleva a la creación de nuevas salinas, menos rentables pero más cercanas de los lugares de producción y transformación, por toda la isla de Lanzarote. A pesar de todo, su funcionamiento se aletarga hasta la década de 1970, en cuyos comienzos es abandonada. Con ella termina una época que convirtió a Lanzarote en la isla de la sal.
En la actualidad, las salinas se encuentran dentro del Parque Natural del Archipiélago Chinijo, así como zona ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves) y zona núcleo de la Reserva de la Biosfera de Lanzarote debido a su gran interés natural, paisajístico y etnográfico. Es por ello por lo que las posibles actuaciones que se puedan realizar en ellas se limiten a su mantenimiento como zona húmeda para las aves y controlar el deterioro de las obras de fábrica. Seguro que la próxima vez que acuda al Mirador del Río observará con otra mirada esta zona del Risco de Famara.
Para saber más:
Informe Salinas Canarias 2008. Tomo I: Estado actual de las salinas canarias. Gobierno de Canarias, 2008.
Nota: La fotografía de este post es de Ramón Pérez Niz. La pintura de Jorge Marsá.