A pesar de que la sal constituía un bien extremadamente preciado, durante varios siglos apenas existieron salinas que la produjesen en el archipiélago. Las pocas que encontramos eran pequeñas para cubrir la demanda insular y hasta mediados del siglo XVIII, en que se empiezan a construir en Gran Canaria, la más importante se hallaba en Lanzarote. Esta salina era la del Río o Gusa, que pervivió en solitario en la isla hasta bien entrado el siglo XIX en que se creó la de Janubio.
* Salinas de Gusa desde el Mirador del Río, fotografía de Ramón Pérez Niz.
A comienzos del siglo XX se produjo en las islas, y especialmente en Lanzarote, un importante auge de la industria pesquera como alternativa económica. La carencia de cámaras frigoríficas que permitiesen una estabilidad en el estado de conservación de las capturas fomentó la opción de un recurso bien conocido en las islas: la salazón. De esta manera, la sal se convirtió en un elemento imprescindible en la nueva coyuntura económica, sobre todo conseguirla de manera barata, rápida y en cantidades importantes. El problema es que en Arrecife, desde donde operaba la flota pesquera, no existían salinas por lo que estas fueron apareciendo poco a poco en su entorno a partir de la década de 1920. Los complejos salineros se fueron construyendo en las entradas y salidas de la ciudad, en lugares muy próximos a la costa y, sobre todo, muy bien conectados con el puerto de Naos, el lugar de consumo de la sal.
* Salinas de Guatiza, pintura de Jorge Marsá.
En 1920 se construyeron las salinas de Puerto Naos, uno de los primeros complejos que se fabricaron en la zona, por Rafael Perdomo. Utilizando piedras de un cocedero anterior arruinado, se estructuró en diversos niveles con una superficie de 26.000 metros cuadrados y llegó a tener una producción de 350 toneladas anuales. En la década de 1960 pasó a ser propiedad de la conservera «Lloret y Linares». En la zona circundante al Puerto de Naos fueron apareciendo diversos complejos salineros: en 1920 se construyeron las Salinas del Herreño sobre una superficie de 31.000 metros cuadrados; otro complejo más en la década de 1930; y un tercero en 1935 erigido por Tomás Toledo que se adaptó al terreno mediante el uso de terrazas y que captaba el agua mediante tres pozos.
No fueron las únicas salinas. En torno a 1920 se construyeron las salinas de Punta Grande o Salinas de las Caletas que ocupaban una superficie de 140.000 metros cuadrados, las más grandes de la zona, y llegaron a producir hasta 2.500 toneladas de sal al año. Por esas mismas fechas se erigieron las dos pequeñas salinas del Islote del Francés cuya primera propietaria fue la Marquesa de Siete Fuentes pasando luego a la empresa Rocar. Asimismo, hay que contar las Salinas de la Bufona que se construyeron hacia 1935 en la playa del mismo nombre al oeste de Arrecife, con una estupenda adaptación a la orografía; y las Salinas de la Playa del Reducto, también conocidas como de «Matos Verdes», que fueron las últimas en construirse a comienzos de la década de 1950.
Sin embargo, la aparición de modernas formas de conservación así como la crisis de las conserveras en los sesenta y, sobre todo, en los setenta provocó el abandono total de las salinas. Ninguna de ellas pervive realizando su actividad original y su deterioro es notable. Sería conveniente y deseable que las instituciones insulares, tanto el cabildo como el ayuntamiento, decidiesen recuperar algunos de estos espacios como testimonio de lo que una vez fue la historia lanzaroteña, y que además podrían servir como una oferta cultural y educativa de lo que significaron para Arrecife.
Para saber más:
Patrimonio histórico de Arrecife de Lanzarote. Cabildo de Lanzarote, 1999.