Los molinos son estructuras que acompañan al hombre desde el Neolítico para convertir las semillas en un alimento más llevadero y digerible. Existen, y se han ideado, numerosos tipos, desde el molino de barca, los morteros, molinos de muela, hasta los molinos de agua y molinos de viento. A Canarias arribaron con los colonizadores europeos pues existe constancia de su presencia desde inicios del siglo XVI.
* El molino del Jardín de Cactus, fotografía de Ramón Pérez Niz.
Hay que distinguir entre los molinos y la molina, que es una construcción de madera con una capacidad de maniobra muy buena para orientar las aspas, que tiene una base de planta rectangular, una torreta con una altura en torno a los siete metros que gira desde la misma base y que suele tener dos muelas o piedras. La molina necesita menos viento para moler y tiene un mayor rendimiento de molienda. Además, los molinos lanzaroteños tienen una peculiaridad distintiva y es que la rotación o giro de la caperuza para poner las aspas al viento se hacía desde dentro del molino, por medio de un engranaje, y no desde el exterior.
* Interior del molino del Jardín de Cactus, fotografía de Ramón Pérez Niz.
Hasta mediados del siglo XX en todos los pueblos de Lanzarote existían uno o dos molinos, en alguno incluso tres, pues eran esenciales para obtener gofio, harina, etc. En los años 40, encontramos en Yaiza dos molinos y dos molinas, otros dos en Tías y otros tantos en Haría. En 1920 existían hasta doce en Teguise repartidos por todo el municipio. La mayoría de ellos ha ido desapareciendo con el transcurso de los años, bien derruidos para aprovechar el solar o bien abandonados por lo que siguen en pie a duras penas.
Hasta este año el único que seguía en activo era el molino de D. José María Gil, en pleno San Bartolomé, también conocido como de “Cho Félix”. Este molino fue construido por D. Baltasar Martín Rodríguez en 1870, el cual tuvo un molinero conocido en el pueblo por Cho Félix que trabajó en el molino hasta que falleció en 1919. El molino lo heredó la hermana de D. Baltasar Martín pero, tras varias ventas, acabó en manos de D. José María Gil, natural de Gáldar y que se instaló en San Bartolomé tras casarse con una vecina de Guatiza. El molino original cerró en 1920 y está protegido como Bien de Interés Cultural. Está formado por una torre de planta circular con tres alturas coronado por un armazón de madera de tea. Las aspas, que no se conservan, recibían la fuerza del viento haciendo girar las ruedas.
* Detalle de las aspas del molino, fotografía de Ramón Pérez Niz.
Cuando lo compró, D. José María Gil instaló un motor de fuel-oil para hacer gofio y durante muchas décadas constituyó la única industria de gofio que se conservaba en San Bartolomé. El molino lo heredó su hijo y actual propietario D. Esteban Gil y dejó de moler a finales del pasado mes de julio. Como reconoce el susodicho, el molino necesita modernizar las instalaciones, una inversión a la que no puede hacer frente ante la nula rentabilidad del negocio por lo que ha cesado en su actividad.
Esperamos que las conversaciones entre el Ayuntamiento de San Bartolomé y el propietario del molino para buscar una solución y rehabilitar tanto el molino como sus instalaciones lleguen a buen término. Es necesario mantener no sólo las actividades artesanales sino también los escasos ejemplos de la arquitectura tradicional. Máxime cuando este año el Cabildo de la isla le concedió, por el Día Mundial del Turismo, la mención especial por fomentar las expresiones culturales y tradicionales conejeras.
Para saber más:
Hernández González, José y Pérez, José Federico: “Casas y molinos de San Bartolomé”. X Jornadas de Estudios sobre Lanzarote y Fuerteventura (2004) Tomo II.
Fernández, Aránzazu: “El único molino de gofio en activo de Lanzarote».