Iniciamos con esta entrada una pequeña serie dedicada a la relación de Lanzarote con el mundo de la pesca. Y es que, cuando uno visita Lanzarote por primera vez, o por segunda, o incluso varias veces, enseguida se da cuenta de la intensa relación que existe con el mar y su entorno, con la costa, las playas.
Pero, esto no siempre fue así. Durante varios siglos las islas, sobre todo las más orientales entre las que se encuentra Lanzarote, vivieron de espaldas al mar. Y es que de allí procedía el peligro, los ataques piráticos, los desembarcos del enemigo; es por ello por lo que las antiguas capitales, Teguise y Betancuria, se encontraban en el interior, a refugio de ese peligro. Esta situación condicionó el desarrollo de la pesca en Canarias, limitándose a las aguas próximas y con pequeñas embarcaciones; las pesquerías en la costa africana fueron realizadas en este período por marineros de Tenerife, La Palma y, sobre todo, Gran Canaria.
No será hasta finales del siglo XVIII y ya en el siglo XIX cuando las necesidades de comunicación y la desaparición de aquel peligro favorece la creación y desarrollo de núcleos costeros en los cuales buena parte de la población se dedicaba a la pesca. Es lo que sucedió en Arrecife, donde marineros y pescadores constituían la mayor parte de la población trabajadora en la primera mitad del siglo XIX.
Precisamente esta orientación de la economía hacia la pesca propició la aparición de proyectos que, con base en Lanzarote, buscaban potenciar este sector. El primero fue el de Manuel Rafael de Vargas, gobernador civil de la provincia, quien intentó crear una sociedad de salazón y proponía una serie de medidas para la liberar la industria pesquera de los excesivos impuestos que pagaba. Poco después, en 1861, Rafael Cappa consigue una concesión para crear, junto con el norteamericano Belknap, una fábrica de salazón en la Graciosa. Sin embargo, al fallecer primero Cappa y luego su mujer, la sociedad que habían creado pierde la concesión.
Quizás el intento más serio y duradero por crear un establecimiento pesquero en Lanzarote fue el de Ramón de Silva Ferro. Tras una primera tentativa de establecimiento a principios de la década de 1870, este teniente de navío solicitó el permiso para establecer una factoría en la Graciosa obteniendo la concesión en 1876. Sin embargo, al no poder contar con financiación externa pide una prórroga de tres años en 1879. En 1880 crea la S.A. «Pesquerías Canario-Africana» cuyo gerente en Lanzarote era el empresario catalán Manuel Coll y Brull y cuyo objetivo era poner en marcha el sueño de Silva: desarrollo de la pesca y salazón en Canarias, la fabricación de guano, aceite y harina de pescado y de todos aquellos productos derivados de la industria pesquera.
Un año después la sociedad había gastado casi todo su capital social inicial en la construcción de edificios y almacenes en la Graciosa y la adquisición de seis buques, once lanchas de pescar y las artes de pesca. Sin embargo, en 1883 la sociedad entró en liquidación al fracasar en lo inadecuado del material y creer en la existencia de un «bacalao canario» que sería introducido en el mercado peninsular a un precio más barato que el del Mar del Norte. Silva Ferro intentaría una nueva aventura con su amigo Federico Rubio Gali bajo la empresa «Gali y Cía» pero su muerte en el banco canario-sahariano a finales de 1884 truncó la empresa.
Por esos mismos años, se rechazaron los proyectos del estadounidense Belknap para utilizar la Graciosa como base de operaciones de la flota norteamericana y poder faenar en aguas jurisdiccionales canarias a cambio de un pago de cinco millones de pesetas.
Para saber más:
MARTINEZ MILAN, Jesús M.: Las pesquerías canario africanas (1800-1914). Las Palmas de GC, 1992.
Nota: Las fotografías de este post son de Ramón Pérez Niz.